Gijón, 1:30 de la madrugada.
No debería haber cenado ese suculento bocadillo acompañado de dos cervezas tan tarde porque voy a estar toda la noche con sed. Si bebo agua, al rato deberé bajar de la litera e ir al baño que está en el piso inferior. Si no bebo agua, estaré sedientamente despierta y no descansaré bien para la compe de mañana. Ah, no debería haber cenado ese suculento bocadillo acompañado de dos cervezas tan tarde porque voy a estar toda la noche con sed.
Así estaba, atrapada en un bucle de difícil solución que intentaba resolver tumbada en la litera de una habitación en la que estábamos todo el equipo de la selección catalana. La noche era tranquila, podía oír respirar profundamente a algunos de mis compañeros -extrañamente nadie roncaba- y observar las estrellas desde una claraboya sobre mi cabeza. Cuando parecía que estaba a punto de dormir y empezar a soñar con fuentes de agua fresca, un movimiento en la litera inferior, provocado por Helena, me sobresaltó. Me quedé a la escucha y oí como se levantaba y salía de la habitación. Otra que tiene sed, pensé. Volví a amodorrarme rápidamente pero otro ruido y una luz de linterna, esta vez en la litera vecina, me apartaron de las garras de Morfeo. Observé con curiosidad al responsable, Ramon, que ágilmente bajaba de su litera, se levantaba el pijama y se miraba la espalda. Este hecho no me extrañó porque si yo tuviese una espalda así también me la miraría incluso en horas intempestivas, pero cuando pasó rápidamente a enfocar a su cama, empecé a sospechar que algo raro pasaba.
Cotilla como soy, bajé de la litera para observar de cerca la cama de Ramon: bajo la blanca luz del frontal, unos bichitos pacían a sus anchas por la sábana. Su chica, Maria Alba, también se levantó inquietamente, igual que Helena, que acababa de aparecer, harta de sufrir unos picores que no la dejaban dormir. Durante los primeros instantes observamos nuestras camas pasando del detenimiento al asco al descubrir varias generaciones de bichos de entre 1 mm y 1 cm conviviendo armoniosamente en nuestros lechos. La noche prometía ser entretenida.
No debería haber cenado ese suculento bocadillo acompañado de dos cervezas tan tarde porque voy a estar toda la noche con sed. Si bebo agua, al rato deberé bajar de la litera e ir al baño que está en el piso inferior. Si no bebo agua, estaré sedientamente despierta y no descansaré bien para la compe de mañana. Ah, no debería haber cenado ese suculento bocadillo acompañado de dos cervezas tan tarde porque voy a estar toda la noche con sed.
Así estaba, atrapada en un bucle de difícil solución que intentaba resolver tumbada en la litera de una habitación en la que estábamos todo el equipo de la selección catalana. La noche era tranquila, podía oír respirar profundamente a algunos de mis compañeros -extrañamente nadie roncaba- y observar las estrellas desde una claraboya sobre mi cabeza. Cuando parecía que estaba a punto de dormir y empezar a soñar con fuentes de agua fresca, un movimiento en la litera inferior, provocado por Helena, me sobresaltó. Me quedé a la escucha y oí como se levantaba y salía de la habitación. Otra que tiene sed, pensé. Volví a amodorrarme rápidamente pero otro ruido y una luz de linterna, esta vez en la litera vecina, me apartaron de las garras de Morfeo. Observé con curiosidad al responsable, Ramon, que ágilmente bajaba de su litera, se levantaba el pijama y se miraba la espalda. Este hecho no me extrañó porque si yo tuviese una espalda así también me la miraría incluso en horas intempestivas, pero cuando pasó rápidamente a enfocar a su cama, empecé a sospechar que algo raro pasaba.
Cotilla como soy, bajé de la litera para observar de cerca la cama de Ramon: bajo la blanca luz del frontal, unos bichitos pacían a sus anchas por la sábana. Su chica, Maria Alba, también se levantó inquietamente, igual que Helena, que acababa de aparecer, harta de sufrir unos picores que no la dejaban dormir. Durante los primeros instantes observamos nuestras camas pasando del detenimiento al asco al descubrir varias generaciones de bichos de entre 1 mm y 1 cm conviviendo armoniosamente en nuestros lechos. La noche prometía ser entretenida.
Atravesamos los cuatro la habitación, intentando no despertar a nadie, y bajamos al baño del piso inferior. Allí pudimos expresar nuestra sorpresa mientras nos despelotábamos para descubrir más insectos retozando por nuestros cuerpos. Son pulgas, dijo uno. Garrapatas, dijo otra. No, esto son chinches, sentencié. La verdad es que nunca había visto un chinche, pero por lo que había oído, es típico encontrarlos en las camas y, además, estos tampoco tenían aspecto ni de pulga ni de garrapata.
En pleno éxtasis desparasitador entró el vigilante del albergue para mandarnos callar aunque el que se quedó sin habla fue él al presentarle nosotros los simpáticos animalitos. Reclamamos una habitación nueva y, sobre todo, limpia de chinches. Él juró que era la primera vez que sucedía algo así y que, evidentemente, nos iba a cambiar de cuarto. Entre pitos y flautas pasó una hora hasta que estuvimos de nuevo en la cama, esta vez en una pequeña habitación para los cuatro noctámbulos. Tras tanto jaleo, era imposible conciliar el sueño, en mi nueva cama veía chinches donde solo había manchas y cuando no me picaba la cabeza me picaba la pierna. Helena dormía, qué jodía, pero Ramon y Maria Alba estaban igual que yo así que empezamos a charlar sobre sectores de escalada, tema relajante donde los haya. Creo que conseguí dormir una hora.
Al día siguiente, los chinches habían chinchado a más de uno. Edu, por ejemplo, también tuvo el placer de conocer a los animalitos en plena noche pero, en vez de saltar histérico de la cama, mató a todos los que pilló y continuó durmiendo como si tal cosa. Pol, en cambio, fue el gran damnificado llevándose 30, 40, ponle 50, picadas de chinches pero sin enterarse de nada en toda la noche.
Recuerdo al respetable que, tras esa apasionante noche, los chinchados íbamos a participar en el Campeonato de España de Escalada 2012. Compitiendo, me sentí cansada y poco activada pero, por otro lado, fue la mejor compe estatal del año en cuanto a rendimiento: luché en las dos vías y caí cuando ya no pude dar ni un paso más. Una vez más, he aprendido: la expresión “anda y que te chinchen” no volverá a ser algo malo para mí.
Fotos de Paula Alsina y Desnivel.com. El mismo paso de la vía de la final desde distintos lados. |