El otro día, en Tres Ponts, en una de sus inacabables vías,
me encontré con una cinta exprés fija, de esas que están ancladas a la chapa
con maillon. No obstante, la cinta, que ya estaba muy viejuna, no tenía
mosquetón inferior así que deduje que alguien lo había quitado por precaución. Y
es que, con las desgracias continuas de accidentes que observamos día a día,
estos pequeños detalles con vías montadas ad eternum son cada vez más
importantes.
Confesémoslo, las vías montadas son una tentación. Ya no
digo vías con esas cintas fijas que parece que lleven ahí más tiempo que las
propias chapas. Me refiero a las que están niqueladas, con flamantes
mosquetones que nos invitan a un pegue sin compromiso a reunión. Sí, somos
muchos los que más de una vez, ante la tesitura de probar una nueva vía, nos
hemos decantado por la que ya estaba adornada con expreses. Ahora, tal y como
está el patio, algunos nos lo miraremos dos veces antes de subir.
Pero no es sobre seguridad que quería hablar, sino de esa
tendencia que tenemos los humanos a tirar por el camino más comodón. Está
claro, entre dos vías de grado similar la mayoría escogeríamos la ruta montada,
si no hay nadie más en la sala. La cosa ya se pone más fea cuando la persona
que la ha montado está ahí presente y dispuesta a escalarla.
Cierto que no hay ninguna norma escrita y que cada uno actúa
según su criterio. El mío es el de evitar cualquier aglomeración en una vía
porque me incomoda sobremanera la sensación de que haya un par –o dos, o tres-
de ojos que esperen ansiosos a que ponga mis pies en el suelo. Más chungo lo
tengo cuando la vía en cuestión la he montado yo y hordas de escaladores
quieren probarla (entiéndase por horda más de dos; ya sabéis, tres son
multitud). Mi naturaleza complaciente siempre suelta un “por supuesto que
puedes probarla” cuando, por dentro alguna vez, he pensado “pffff, qué rollo”.
En mi opinión, nadie es dueño de una vía por tener las cintas puestas; por otro
lado, las expreses son un reclamo sin igual y, cuando un sector tiene todas las
vías libres y alguien quiere probar ESA vía que concretamente acabas de montar,
a veces te hace sospechar si no será por lo antes mencionado (descontando que
sea su proyecto, obviamente). En cualquier caso, no seré yo quien prohíba a
nadie probar una vía que tenga montada. Es más, generalmente me encanta
compartir secuencias y trucos igual que si fuesen recetas con mis vecinas octogenarias.
Lo que ya no veo tan disimulables son otro tipo de
actitudes. Por suerte, las he vivido en tercera persona y no me he visto en el
mal trago de dar una respuesta desagradable o -mucho más probable- quedarme con
cara de tonta sin saber qué decir. Os cuento dos:
Situación 1:
Un amigo escalando una larga vía de 40 metros. Entonces,
cuando el chico ya ha superado la mitad del itinerario, un hombre le grita
desde abajo, “Oye, te importaría bajar que mi mujer quiere darle un pegue y
sino se enfría?” y él, descolocado, se baja. De acuerdo que el chico no fuera
encadenando, cierto que ella la tenía a punto y, además, entre ellos había buen
rollo –después de eso ya no tanto-, pero, yo me pregunto, ¿vale la pena crear
una situación tan tensa?, ¿acaso unos tienen más privilegios que otros por
tener la vía a punto o por haberla montado?, ¿es que la mujer en cuestión era muda?
No, no, no. O sí (sí, si el que te pide que bajes te apunta con una recortada,
pero ese es otro tema).
Situación 2:
Un amigo se acerca a una pareja de escaladores que están
probando la misma vía. El diálogo fue más o menos así:
Amigo - Perdón, después de
vosotros… ¿puedo probarla o va alguien más?
Escalador desconocido – Sí, mira:
ahora le da mi colega, luego le doy yo. Entonces, luego va él, luego yo, luego
él, luego yo y entonces, ya si quieres, vas tú.
Amigo -
(desconcertado) Vale gracias, ya pruebo otra.
La amabilidad, queridos míos, no conoce fronteras además de
escasear. Lo que yo no quiero ni imaginar –mierda, ya lo estoy haciendo- es qué
sucedería si juntásemos a estos dos simpáticos y agradables escaladores con la
impaciente parejita del primer caso y, para entretenimiento del
respetable, queriendo probar todos la misma vía. Ahí sí que el que tuviese la
recortada, y nadie más que él, llevaría toda la razón del mundo.
Me despido ya por hoy con unas fotos de Jaume Clua en
Terradets Nord (Regina), en la vía Revifalla, un precioso 8a+ que encadenamos
hace unos meses. Y menos mal, porque ahora lo único que se cosecha ahí son
picadas de mosquito, yo me llevé 10.