miércoles, 23 de febrero de 2011

Miles de años escalados

La tasa de sedimentación es el espesor de material depositado por un periodo de tiempo. Simplificando mucho y para lo que nos concierne aquí, es lo que ha tardado una pared de roca sedimentaria en crecer. Las rocas sedimentarias se forman de la siguiente manera, primero se deposita el material y luego este, si se dan las condiciones adecuadas, se trasforma en roca. Entonces, podemos asignar una tasa de sedimentación a las paredes formadas por rocas sedimentarias.
Y ahí va la frikada del día. Si asumimos que la tasa de sedimentación mediana de Montserrat, más elevada de lo habitual, fue de -agarraos- 300 metros por cada millón de años (sí, a eso le llaman rápido), podemos concluir que escalando una vía deportiva de 25 metros, estamos paseando por unos 83.000 años, casi ná. Y si cogemos la tasa de sedimentación máxima atribuida a Montserrat (1.100m/Ma), la misma vía de antes nos proporciona una corta excursión a lo largo de 22.700 años, mucho menos que el ejemplo anterior, claro, porque ha sedimentado más material en menos tiempo. En cualquier caso, un viaje por la historia geológica ¿No es una maravilla? (pregunta retórica, que a nadie se le ocurra responder que me da una depresión)

Muchos más años escalados que escalando. En el techo maldito ya llevaba unos 50.000 años, no me extraña que sea tan duro!

Todo esto que os explico se me ocurrió el domingo mientras volvía de Montserrat en el coche, jubilosa por encadenar la vía Sprint final, un 8a+ de presa pequeña y continuidad. Cuando me alejaba de la montaña iba tomando perspectiva del asunto: Había estado tan cerca de ella que pude tocar los cantos que conforman su especial conglomerado, luego, de bajada al coche, pude ver sus paredes y canales y, ahora, de vuelta a casa, el macizo tomaba su característica forma de sierra redondeada. Y de ahí salté irremediablemente a la versión temporal del asunto que os he contado. Ale, ya os he dado la paliza un rato, pero ya sabéis lo que dicen: un poco de geología, leída que no lanzada, no hace daño a nadie.

jueves, 10 de febrero de 2011

El peso de la responsabilidad

Te lo suplico, no me hagas ir más al gimnasio” le escribí a mi entrenador el otro día, “Tranquila que no vas a ir más…de momento” fue su angustiante respuesta.
Tras intentar ahogarme durante unas semanas empujándome a la piscina, sabiendo que me repele más el agua que el jabón a un hippie, se le ocurrió rematarme mandándome al gimnasio a realizar unas cuantas sesiones de pesas. Tócate los huevos: justo aprendo a nadar sin llamar la atención que le ha faltado tiempo para enviarme al templo del bíceps. El horror que he vivido allí no lo puedo expresar con palabras, aunque quizás sí con sollozos. Probaré.
Entrar ahí fue todo un choque hormonal, la testosterona fluía a raudales cuan río desbordado, es más, yo diría que se podía palpar o, peor aún, que te palpaba ella a ti. Había varías chicas en las bicis elípticas meneando más de lo necesario el pandero y menos de lo conveniente las piernas. Y luego, ahí estaban ellos, 30 flamantes tíos en las máquinas ejercitándose en simpáticos grupitos de 2 o 3 neuronas. “No me intimidan, no me intimidan, no me intimidan”. Ni caso. Me intimidaron de tal modo que lo primero que hice fue subir a una bici durante 10 minutos elucubrando una estrategia que, 1. Me permitiese realizar mis ejercicios con la tranquilidad de un novato (vale, no puedo levantar este peso, lo hago mal pero no quiero tus consejos y menos tu ayuda) y, 2. Me apartase al máximo de cualquier tipo de relación verbal o no verbal con ellos (no me hables, no me mires, no me toques).

Cuando el mister vió que me dedicaba a hacer esto en casa me mandó directa al gimnasio. No entiendo, con lo bonito que queda.

Primero localicé todas las máquinas donde tenía que hipertrofiar mi cuerpo serrano y, luego, inspeccioné a los usuarios en general, para ver cuáles me daban sólo repelús o mucho repelús. Descubrí que la mayoría me hacían achinar los ojos como un gitano con sed de venganza y que ninguno me dirigía la palabra, gracias a Dios. Solo uno provocó mi admiración. Un tipo que estaba ahí para trabajar duro, concentrado haciendo sentadillas con unos 200 quilos en barra, ahí es ná. Me enteré luego que es un casteller de los que aguantan la torre desde abajo (Vilafranca es la cuna de esta tradición patrimonio de la humanidad).
Cada vez que he ido al gimnasio lo he encontrado allí, con sus fuertes gemelos y a lo suyo. Tan solo cruzamos la mirada una vez, la última que fui. “No estoy para tonterías, apartaos capullos y tu también, niña floja” parecía decir con sus ojos, lo que no sé es si pudo interpretar mi mirada felina, sí, de gato pisao “Esto es un asco, me quiero ir a casa”.

Que no vuelvo más.

sábado, 5 de febrero de 2011

Inmortalizadas

Masriudoms. Servidora sufriendo a vista en el 7c nº4. Foto: Manuel Velazquez

L'Agulla del Senglar, Montserrat. Julia y otra chica en la Ben Petat (8a) y Tom Sayer (6c) respectivamente. Foto: Marieta.

L'Agulla del Senglar, Montserrat. Pasando calor en Sprint Final (8a+). Foto: Oriol Pascual.

L'Agulla del Senglar, Montserrat. Pasando todavía más calor en Sprint Final (8a+). Foto: Oriol Pascual.