domingo, 30 de diciembre de 2012

Gramática Parda


Justo al volver de Chulilla, en nochebuena, fuimos a escalar a Montserrat, a un 8b que probaba en verano. Mi ego, crecido por los últimos encadenes en tierras valencianas, reclamaba más éxitos. Por mi cabeza de chorlito se sucedían frases como “hoy es un día mágico, seguro que encadenas”, “te vas a llevar un regalito y lo celebrarás esta noche en la cena de Navidad”… Ay, amigos, cuánto daño hace la vanidad. Yo me las prometía muy felices, quería encadenar fácil y rápido. Pues toma Jeroma: caída en el paso duro tras sufrir 25 metros de conti. Entonces me puse a llorar como una estúpida: Lagrimones de rabia, como aquella vez en Montgrony cuando no me salían los pasos de Època Negra, y sollozos desesperados. Yo no digo que llorar sea malo, al contrario, pero llorar por motivos tan necios sí es algo muy cutre -aunque no me lo pareciese en ese momento de furia-. No podía parar el llanto mientras, indignada, miraba desde lo alto de la vía al mundo pasando de mí. Esteve me abroncaba merecidamente allí abajo y yo me aferraba a la cuerda maldiciendo mi suerte y sin entender como el resto del universo seguía imperturbable (o al menos la parte de universo que se podía otear).

Mi pudor clasicón me impide llorar en público así que al poner un pie en el suelo se acabó el drama y ahí empecé a recapacitar. Para encadenar esa vía debería esforzarme, sufrir e insistir. Lo mismo para cualquier otra. Y aun más para Picos Pardos. ¿Cómo se me pudo haber olvidado la importancia del esfuerzo y la posibilidad real del fracaso? “¡Persevera!” me dije. Si realmente quiero hacer cosas difíciles para mí deberé poner empeño. Y una vocecilla opinó dentro de mí: Pues claro, tontaina, como todo en esta vida. Tengo una conciencia muy repipi.

Tres días después encadenaba Picos Pardos en Oliana, tras haber caído infinidad de veces en el paso duro y dos en la placa final. Qué alegría, qué ilusión. Había triunfado porque había permanecido paciente y al mismo tiempo había conseguido dar el cien por cien en ese pegue. Cierto que tras tanto insistir esa vía no ha sido el bocado más dulce pero sí el más sano. 

Eché una foto justo después de encadenar, la cinta que se ve es la primera de la vía. Salía la luna y fue un momento espectacular.

Queridos Reyes Magos:

Que no se me olvide que fracasar es el primer paso para triunfar. Que no se me olvide que una vía no vale una lágrima. Que no se me olvide que el esfuerzo no siempre será recompensado con el éxito pero sí con su propio valor.

Y como sé que me olvidaré, porque nunca dejo de desaprender, que al menos nunca me falten retos así para volver a recordarlo.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Un fin del mundo cualquiera

Desde principios de verano que no nos hemos movido más allá de 100 km a la redonda. Cierto, vivir aquí es un lujo para el escalador común y da pereza irse de las escuelazas que hay en “casa”. De todas formas, nos apetecía cargar la autocaravana y salir por ahí unos días antes de que se acabase el mundo. Pendientes de la meteo, hasta el último instante no hemos decidido el destino. Hemos visitado tres escuelas y –aquí me regodeo- nos hemos hinchado a escalar:

Día 1, Masriudoms: Siempre que vamos hacia el sur hacemos una paradita en este sitio. Resguardado del frío, orientación sur y, atención, la pared donde se escalada es un gran pliegue rocoso. Lo podréis observar bien desde lejos. Ese día tuvimos la fortuna de coincidir con unos escaladores encantadores que nos aprovisionaron de reseñas y nos aconsejaron a donde ir. Gràcies!

Día 2, Montanejos: Lo primero que aprendí al llegar: el agua del río Mijares baja tibia y las primeras chapas están lejos. Creo que es algo que no olvidaré fácilmente, sobre todo lo segundo. Escalamos en el sector Pilas Alcalinas y las vías nos parecieron: muy buenas, muy duras y muy alegres.

Día 3, 4, 5, 6 y 7, Chulilla: Yo no quería ir, pero Esteve se empeñó y al final me vendí por una paella. Entiendo que el amigo quisiese ir, porque una vez allí no dejó títere con cabeza. Las vías son largas, pero no demasiado físicas en general, y la piel aguanta bastante bien así que pudimos escalar mucho y muy a gusto. Es una escuela perfecta para ir a vista, modalidad que me cuesta más que la trigonometría.

Chulilla, vale la pena, de verdad. Atended, que la guía saldrá pronto.

No sé vosotros, pero mi fin del mundo fue muy desleído. Ni ovnis, ni cataclismos, ni meteoritos, ni ná: me entró una china en el ojo y se me pegó la tortilla a la paella. ¿Acaso se equivocaron los Mayas? ¿Será mañana el fin del mundo? ¿Pasado mañana? Porque digo yo que algún día será. Y cuando se acabe Todo que nos pille al menos habiendo disfrutado. Felices Fiestas.



lunes, 10 de diciembre de 2012

Más acá del bien y del mal


¡Oliana!

 

Últimamente estamos enganchados a ese muro extenuante, aunque a unos les agota menos que a otros: Esteve mismo demostraba ayer su gracia natural chapando, sin resoplar ni despeinarse, la cadena de Paper mullat (8b+). Otros lo llevamos peor y bajamos de las vías hechos unos zorros y sin encadenar. Yo misma estoy gozando de esa sensación, de nuevo. Si algún día encadeno Picos pardos (8b/algo muy difícil para mí), si algún día logro pasar de la sección dura, si no me caigo de la emoción en las chorreras de arriba, seré –momentáneamente, ya sabéis como es este deporte- la escaladora más feliz de mi casa. Mientras tanto, seguiré visualizando los movimientos y encadenado con éxito desde el sofá. 

¿Está Novato bien acompañado o somos nosotras las bien acompañadas?
Cambiando radicalmente de tema, aparte de pensar obsesivamente en esa vía, también me ronda por la cabeza un dilema moral fruto de una experiencia personal impactante. Dicho así queda pedante, pero la cosa es simple, hasta un poco cutre, y os la voy a contar porque quiero compartirlo.

Hace un par de semanas me apunté de voluntaria en “el Gran Recapte d’Aliments” cuya función es la recogida de alimentos básicos para gente de aquí que lo necesite. Me alisté más por curiosidad que por bondad (¿existe?), pero la cuestión es que durante una tarde estuve empaquetando comida y flipando al mismo tiempo: 

Llegué al supermercado y ahí nos reunimos todos los colaboradores. Todos menos yo superaban la cincuentena y, también, todos menos yo eran voluntarios de Cáritas. La tarea consistía en pesar y empaquetar toda la comida que la gente donaba voluntariamente al salir del super; previamente a su entrada se les había informado de la campaña de recogida y del tipo de alimento requerido. 

El desasosiego empezó observando a una de las mujeres voluntarias, que asediaba a los clientes del super para instigarles a comprar productos para la campaña. Cuando alguien no le hacía caso, la mujer se volvía hacia los que empaquetábamos y decía “fíjaos, qué gente más mala; los que son amables y se paran (a escuchar mi bondadoso discurso) ya se nota que son buenas personas”. El trauma llegó cuando las mujeres que recogían las bolsas con comida miraban en su interior y, según su contenido, se producían diálogos colmados de amor: 
-         Mira esta, da solo un paquete de pasta, 35 céntimos.
-         Sí, y en cambio en su cesta llevaba galletas Birba, que son caras.

Durante la recolecta, uno de los voluntarios empezó a hablar de los necesitados que acudían a Cáritas habitualmente y que ellos atendían sin ánimo de lucro (pero sí con ánimo cotilla). Demostración de ello fue cuando dos tapadas musulmanas con sendos hijitos compraban cruasanes de chocolate:
-         Estás no van a dar nada porque acuden cada semana a la beneficencia.
-         ¡Qué van a dar! Eso sí, cruasanes los que quieras. Y a Cáritas vienen con unos cochazos que ya me gustaría a mí…Vergüenza les debería dar
(yo) - ¿Pero eso lo habéis visto?
-         No, pero lo sabemos, los maridos las esperan en el cochazo escondidos. 

También fui testigo de críticas personales entre ellos cuando uno se ausentaba. Del veneno de sus lenguas no se salvaba nadie. Y es que lo sabían todo de todos. Señores de la CIA, ¿a qué esperan a contratar a esta gente?

Finalmente, el clímax llegó con dos viejecitas.  La primera entró con un carrito y, sin querer oír a la voluntaria plasta, lo llenó de alimentos, los entregó discretamente y se fue con las manos vacías. Ni un comentario de mis buenos samaritanos (¿estaría siendo más buena que ellos?). La segunda ni la vi entrar, pero sí salir: medio coja, arrastrando su carro y sin mirarnos. Con la mujer aun cerca de nosotros se me partió el alma:
-         Está no nos da nada (regodeo de indignación)
-         Deja, es una pobre viuda, su marido era borracho y el hijo se droga. Una pobre gente. 
 Podrían haber gritado, pero no hacía falta, estoy segura que ella lo oyó todo. 

Salí de ese nido de compasivas víboras pensando que estas personas no me parecían el paradigma de la bondad ni por asomo. En cambio, eran voluntarios para una causa que sí iba a ayudar a muchos y hacían el bien semanalmente. Entre esa sorprendente contradicción me hallo aún.