Justo al volver de Chulilla, en nochebuena, fuimos a escalar a Montserrat, a un 8b que probaba en verano. Mi ego, crecido por los últimos encadenes en tierras valencianas, reclamaba más éxitos. Por mi cabeza de chorlito se sucedían frases como “hoy es un día mágico, seguro que encadenas”, “te vas a llevar un regalito y lo celebrarás esta noche en la cena de Navidad”… Ay, amigos, cuánto daño hace la vanidad. Yo me las prometía muy felices, quería encadenar fácil y rápido. Pues toma Jeroma: caída en el paso duro tras sufrir 25 metros de conti. Entonces me puse a llorar como una estúpida: Lagrimones de rabia, como aquella vez en Montgrony cuando no me salían los pasos de Època Negra, y sollozos desesperados. Yo no digo que llorar sea malo, al contrario, pero llorar por motivos tan necios sí es algo muy cutre -aunque no me lo pareciese en ese momento de furia-. No podía parar el llanto mientras, indignada, miraba desde lo alto de la vía al mundo pasando de mí. Esteve me abroncaba merecidamente allí abajo y yo me aferraba a la cuerda maldiciendo mi suerte y sin entender como el resto del universo seguía imperturbable (o al menos la parte de universo que se podía otear).
Mi pudor clasicón me impide llorar en público así que al poner un pie en el suelo se acabó el drama y ahí empecé a recapacitar. Para encadenar esa vía debería esforzarme, sufrir e insistir. Lo mismo para cualquier otra. Y aun más para Picos Pardos. ¿Cómo se me pudo haber olvidado la importancia del esfuerzo y la posibilidad real del fracaso? “¡Persevera!” me dije. Si realmente quiero hacer cosas difíciles para mí deberé poner empeño. Y una vocecilla opinó dentro de mí: Pues claro, tontaina, como todo en esta vida. Tengo una conciencia muy repipi.
Tres días después encadenaba Picos Pardos en Oliana, tras haber caído infinidad de veces en el paso duro y dos en la placa final. Qué alegría, qué ilusión. Había triunfado porque había permanecido paciente y al mismo tiempo había conseguido dar el cien por cien en ese pegue. Cierto que tras tanto insistir esa vía no ha sido el bocado más dulce pero sí el más sano.
Mi pudor clasicón me impide llorar en público así que al poner un pie en el suelo se acabó el drama y ahí empecé a recapacitar. Para encadenar esa vía debería esforzarme, sufrir e insistir. Lo mismo para cualquier otra. Y aun más para Picos Pardos. ¿Cómo se me pudo haber olvidado la importancia del esfuerzo y la posibilidad real del fracaso? “¡Persevera!” me dije. Si realmente quiero hacer cosas difíciles para mí deberé poner empeño. Y una vocecilla opinó dentro de mí: Pues claro, tontaina, como todo en esta vida. Tengo una conciencia muy repipi.
Tres días después encadenaba Picos Pardos en Oliana, tras haber caído infinidad de veces en el paso duro y dos en la placa final. Qué alegría, qué ilusión. Había triunfado porque había permanecido paciente y al mismo tiempo había conseguido dar el cien por cien en ese pegue. Cierto que tras tanto insistir esa vía no ha sido el bocado más dulce pero sí el más sano.
Eché una foto justo después de encadenar, la cinta que se ve es la primera de la vía. Salía la luna y fue un momento espectacular. |
Queridos Reyes Magos:
Que no se me olvide que fracasar es el primer paso para triunfar. Que no se me olvide que una vía no vale una lágrima. Que no se me olvide que el esfuerzo no siempre será recompensado con el éxito pero sí con su propio valor.
Y como sé que me olvidaré, porque nunca dejo de desaprender, que al menos nunca me falten retos así para volver a recordarlo.
Que no se me olvide que fracasar es el primer paso para triunfar. Que no se me olvide que una vía no vale una lágrima. Que no se me olvide que el esfuerzo no siempre será recompensado con el éxito pero sí con su propio valor.
Y como sé que me olvidaré, porque nunca dejo de desaprender, que al menos nunca me falten retos así para volver a recordarlo.