Mi mejor época

Cierro los ojos y respiro hondo llenando hasta el límite barriga y pulmones. El sol, que ha salido tras las nubes hace cinco minutos, me caldea el cuerpo agradablemente. Vuelvo a respirar e intento distraerme del, en ese momento, cansino tintineo de los cencerros de las vacas, constantemente omnipresentes en toda la zona durante este periodo. No consigo evadirme del todo y solo pienso en escalar ya, en empezar a subir la vía de una vez. Pero debo descansar, cinco minutos me bastarían, aunque se me hace eterno. He bajado hace un minuto tras caerme en el paso clave y he descubierto una nueva manera, tan solo debo mantener el pie en un sitio concreto más rato. Estoy ansiosa por probar de nuevo, me siento en forma. Pero tengo que reposar un poco más. Le digo algo a Esteve a ver si me distrae con su conversa, pero está medio estirado tomando el sol y, con pocas ganas de hablar, tan solo emite gruñidos como respuesta. Simplemente espera con el gri-gri en la mano, perdido, seguramente entre las secuencias de la vía que está probando. Miro hacia el sector: está lleno de extranjeros y cuatro o cinco escaladores de Vic, el ambiente es distendido y relajado. Respiro de nuevo lo más hondo que puedo. “En cuanto baje pulsaciones subo” me digo. Y ahí voy ya. Me acerco al pie de vía y espeto lo de siempre mientras me arrimo a la pared “Uf, esto era el paso duro, ¿no?”. Decir estas paridas me relaja enormemente. Esteve, que ya se sabe el cuento de memoria, responde “sí, ahora solo es aguantar”.

Empiezo: tres pasos largos, puro trámite hasta la segunda chapa, y empieza el paso duro. No pienso demasiado, porque en cuanto empiezo la sección clave mi cerebro no está para otra cosa que no sea “busca ese pie, coge esa presa”. De repente, como si me estuviese viendo desde fuera, me veo aguantando una puerta, ya tengo hecho medio paso. Dos movimientos más, otra puerta -que no esperaba- y ya he llegado mucho más lejos que nunca. “Me estás ayudando!” grito al asegurador, a lo que él responde indignado “¡¿Qué dices?! Quieres chapar de una vez!”. Cierto, debo chapar la tercera, ya que puede ser peligroso.

La verdad es que asegurar en esta vía no es nada agradable pues el escalador va en travesía desplomada relativamente cerca del suelo y es en la tercera chapa donde hay más peligro, si el asegurador no está atento; de hecho hay gente que sale con la tercera cinta chapada y es totalmente comprensible. Recuerdo perfectamente cuando yo pillaba a Esteve en esta vía, que en los pasos más dinámicos la cuerda retiene un poco el movimiento del cuerpo ya que si das más cuerda y el otro falla…toca suelo. La cuestión es que me parecía tan increíble lo que estaba haciendo que pensaba que era la cuerda que me retenía y hasta que no me acordé de cómo sufre el asegurador en esa vía y como debe dar cuerda con cautela, no me quedé satisfecha.




Total, chapo la tercera, empotro la rodilla y me doy cuenta de que voy a tener que luchar la vía hasta el último movimiento, aunque lo duro, ahora sí, ya está hecho. Continúo empotrando rodillas por doquier y, jadeante llego a la cadena. Habitualmente chaparía desde una chorrera, bloqueando, pero estoy tan contenta que hago un par de pasos más para acabar chapando la reunión, sin aliento pero feliz, de l’Època Negra.

Hoy os he dado la vara, pero estoy tan contenta de este encadene que tenía que dejar constancia escrita de ello. A parte de esto, hemos disfrutado del reencuentro con Montgrony. Ya sabéis lo romántica que me pongo al pensar en ese sitio: prados, chorreras, aire puro, paisajes preciosos, vacas y boñigas. Sin duda, para mi la mejor escuela, sino lugar, del mundo.