martes, 13 de julio de 2010

Evitar la torrefacción

Mis remedios para el combatir el calor son los que siguen:

1. Sólido y frío

1.1) Los congelados: atún salvador
En verano salgo a las 15:00 del trabajo, la hora preferida para los golpes de calor en pleno asfalto. El otro día, antes de pedalear hacia el coche y largarme a casa, paso por el super para comprar atún congelado con la intención de cocinarlo para la cena. Llegando a Francesc Macià (voy hasta zona universitaria) una ráfaga de aire caliente me golpea en la cara y, junto con el sol que pica como una ortiga lozana, mi respiración se torna pesada y un leve mareo me invade. Paso la rotonda y, en el primer semáforo, saco de la bolsa un lomo de atún congelado y me lo plantifico en la frente: el alivio es inmediato. Como no tengo el carné de manipuladora de alimentos me puedo permitir estas guarradas (total, el atún me lo zampo yo).

1.2) Los helados: querido Cheesecake
Más que un remedio es un mal, por no decir una obsesión. Cada año voy en desesperada búsqueda de mi helado favorito: el Cheesecake de Nestle (y para mi no hay otro). Solo lo he comido 4 veces en mi vida pero lo debo haber solicitado 40. Y creo que es por eso que me encanta, porque no está en ningún lado. Haced la prueba y pedidlo, me apuesto uno de los grandes a que no lo tienen. La semana pasada estuve rondando por Martorell de bar en bar buscándolo y, aunque juré no cesar hasta tenerlo (iba camino a casa y salí de la autopista solo para encontrar ESE helado), tuve que desistir y conformarme con un cucurucho cualquiera. Donde sí sé seguro que me pueden vender este maravilloso helado es en el chiringuito de Nestle que hay en la plaza de Pons y, como estos días hemos ido a escalar a Tres Ponts, me he podido dar el gustazo con tal joya hipercalórica.

Un sinsentido, como la vida misma: Cheesecake, Esteve y Paco en Tres Ponts y atún congelado. Aun no le he encontrado relación lógica al asunto (pero no me digáis que no vale la pena ver a esos dos majetes sin camiseta -cierto, eso concretamente no refresca demasiado-).

2. Líquido y fresco

2.1) Las fuentes urbanas: falso pero efectivo sudor
El pragmatismo me posee y la vergüenza me abandona cuando temo por mi salud. Y, siendo hipocondríaca como soy, eso sucede a menudo. Fue ayer mismo cuando, saliendo con la bici por la puerta del curro, mi neurona -la sana-, me recuerda que la autoignición existe, y que, estando media hora pedaleando bajo un sol justiciero, es probable que tal reacción se manifieste en mis propias carnes. Le digo a mi neurona (telepáticamente, pues me da reparo que alguien escuche tan íntimas confesiones) que no se preocupe, que no voy a permitir que una sola célula de mi cuerpo se cueza en barbacoa. Para conseguirlo me remojo en todas y cada una de las fuentes que encuentro camino al coche.
Cosas curiosas y/o estúpidas jamás conocidas que se derivan de tal experiencia:

2.1.1- Que entre mi trabajo y el coche hay 5 fuentes.
2.1.2- Que la gente te mira raro cuando metes la rodilla bajo el grifo.
2.1.3- Que el fresquito de la piel húmeda dura exactamente lo que se tarda en llegar a la siguiente fuente (sospecho que no es casual la distancia entre fuentes, seguro que la razón áurea, el calendario Maya o los Crop circles están detrás de ello).
2.1.4- Que los únicos que realizan la misma actividad referescante son una pareja de barrenderos con los que nos aguantamos mutuamente el grifo de la última y quinta fuente mientras predican lo que practican: "Con este calor hay que remojarse".

2.2) Las fuentes rurales: no hay güevos
Esta es la más refrescante de todas las experiencias a la par que saludable. El agua que brotaba de un manantial cercano a Organyà estaba tan congelada que no se podía soportar el dolor de pies al sumergirlos. Como estaba tan fría no nos atrevíamos a bañarnos y se nos ocurrió meter nuestras partes más doloridas -codos... escalar es lo que tiene- en remojo a modo de terapia sanadora.
Un paparazzi nos pilló in fraganti a Oriol (al cual, desde este blog, mantenemos siempre en el más profundo anonimato, tal y como él desea) y a mi en plena crioterapia codil.

lunes, 12 de julio de 2010

Telegrama

Antes era más como Mahoma, y no es que fuese divina (¿más todavía?) sino que iba mucho a la montaña. Hoy en día mi fe debe haber menguado -solo Dios sabe cuánto- porque hago un par de excursiones al año más una semana en Alpes, tirando largo. Y, por mucho que digan, si tú no vas a la montaña ella no viene a ti.
Acudir tan poco al monte me hace sentir como una dominguera cada vez que ando más de tres horas por prado, pedregal o nevero. Hace un par de fines de semana abandonamos el magnesio por un día y nos fuimos con los amigos a Pirineos a subir la Munia. Poco diré pues poco me apetece pero en modo resumen: vacas, lluvia, nieve, granizo, cresta, cumbre, electricidad, cresta, granizo, nieve, lluvia, vacas, cerveza, cerveza, churrasco.


No estoy inspirada, necesito vacaciones (o en su defecto, y mientras tanto, más cerveza y churrasco).