viernes, 7 de noviembre de 2014

Aceituna tour II: vías, quilómetros y un tal Mijaíl Tal

Aquí estoy de nuevo para recopilar mis impresiones acerca de estas tres semanas de vacaciones por el sur. Vamos a ello sin más dilación: lo habíamos dejado en el día en que llegábamos a la morada de Chilam Balam, medio perdidos. Recuerdo que esa tarde yo anduve pensando en argucias ajedrecísticas de baja estofa (o cómo robar un peón sin que nadie se dé cuenta)  mientras Esteve y su barba conseguían asustar a las oriundas de la zona con la simple pregunta de “perdona, ¿para ir a Villanueva del Rosario?”, propiciando una rápida huida de las mozas –gas a fondo en todos los casos- y constatando la mala pinta que lucía el chico esos días. 

4ª parada – Villanueva del Rosario
Todo son risas y alegría al reencontrarnos con la pandilla de fanáticos formada por Reme, Lucy, Doke, Javi y el Primo. Los días ahí pasan volando entre las largas jornadas roqueras y las aún más largas sobremesas nocturnas a la luz de la luna -animadas por la música de fondo de la verbena infinita del pueblo, 7 días creo que duró-.
Fotón de Esteve en Pelos Punta, impresionante, ¿eh? ¿A que pone los pelos de punta? a él sí! Foto: Javi Pec
Cualquier recuerdo de ahí se me antoja como algo muy bueno; empezando por el paisaje aceitunero, que se parece a la tela de pana, de filas y filas de olivos hasta donde alcanza la vista; siguiendo por las vías de las cuales afirmo que son todas espectaculares –y duras-; y acabando por Granada, ciudad que visitamos durante el día de descanso y donde realizamos compras temáticas, a saber: un tablero de ajedrez artesano para mi padre, un mini-tablero para llevarnos a pie de vía y, para variar, un libro de segunda mano del año catapún sobre finales de ajedrez -sí, muy cansinos-. 

Graná
El compi barbudo consigue encadenar un montón de líneas, increíbles todas ellas –me repito, pero es que así es, ¡id y creeréis!- y yo me entretengo dándole pegues a la vía que más me costará de todo el viaje: Mundito feliz, un 7c+ de bloque que se me atraganta y me enamora por igual.

En Mundito Feliz. Foto: Javi Pec

5ª parada – Loja
Escuela típica y clásica que bien merece una visita. Ahí coincidimos con una familia deliciosa: abuelos, padres, tíos, nietos…¡todos escalan! Pasamos el día recreándonos con las vías recomendadas por la simpática de Andrea y nos vamos contentos después de jaquematear la mayoría de ellas. 

De hecho, no sabemos si quedarnos algún día más o emigrar hacia Otiñar, la escuela que tenemos como objetivo principal del viaje. Finalmente, la llamada de los desplomes jienenses sumada a nuestra inquietud natural nos hace levar anclas. 

Aprovechamos el día de descanso para ir a la búsqueda y captura de Carlos y Andrea, que están escalando en Reguchillo. El sector –no escalamos- nos parece muy bueno, muy tranquilo y, además, se presenta como un destino ideal para el frío invierno. 

6ª parada – Otiñar
Con nuestros guías de lujo nos adentramos en este mundo donde la cabra es el elemento principal. Tal cual como os digo: hay un rebaño de cabras, con cabritos recién paridos (con la placenta aun, emocionante de ver cómo se levantan por primera vez), el suelo está –lógico- lleno de cacas de cabra y, la guinda, el aroma de una excabra que descansa en paz al principio del sector. El ying y el yang cabruno materializado ante nosotros. 

Neula, evidentemente, se queda en la autocaravana pues está PROHIBIDO subir los perros. Es algo que se entiende, imaginad sino menudo chiquiparque perruno se podría montar ahí con tanto bicho vivo, muerto y recién parido. 

Aparte de todo esto, el nacimiento de las cabritas nos limita –y mucho- el número de vías que podemos probar. Pero oye, la vida es así: las cabras están ahí enrocadas y no seremos nosotros quienes penetremos en sus delicadas posiciones. Ningún problema, escalamos las vías que podemos y decidimos movilizarnos de nuevo. Ya volveremos otro año, porque nos quedamos con las ganas de probar las rutas que están sobre el redil. 
La metáfora de la vida y la muerte rollo choto.
Antes de desplazarnos, y como todo hijo de vecino, miramos el tiempo.es y, horror, la previsión para Andalucía y levante es de 33ºC y Esteve con esos pelos… Entonces, he ahí el dilema: ¿Buscamos algún sitio cercano arriesgándonos a que no sea fresco? ¿Volvemos a Murcia a escalar con los amigos y nos asamos? ¿Debemos emigrar hacia el norte y despedirnos de los olivos? ¿Vale la pena sacrificar un peón, o dos, o tres? No, no, sí y rotundamente sí –esto último según Mijaíl Tal-. Así pues, llenamos el depósito de gasolina y emprendemos rumbo a nuestro último destino… 

7ª parada – Cuenca
Sí, Cuenca, sitio donde nunca hubiésemos imaginado terminar el viaje (prueba de ello es la guía, que se quedó inmutable en la estantería de casa). Los primeros días nos regodeamos de lo lindo en Valdecabras Norte: Esteve consigue otros 7c+ y 8a a vista y yo, alegría, 7c+ a vista y 8a al flash. Que ya ves tú, pero a nosotros nos pone contentos y nos confirma que, después de tantos días trepando, parece que hemos cogido mejor forma. 

Los siguientes días pasamos a otro sector más clásico, la Ermita, y ahí ya nos las vemos y nos las deseamos para triunfar: las vías son mucho más físicas y con pies precarios (y mucha más sika, que no influye en hacerlo mejor o peor pero ahí está certificando la calidad de la roca en comparación con Valdecabras). Que los encadenes son más caros, en resumen. De los últimos días me quedo con los pegues fanáticos de los máquinas de Eva y Pablo a sus respectivos proyectos –pa flipar, oiga-.



Y con este viaje disfrutamos de los 25 días que teníamos de vacaciones que, sintetizado en números y entre el barbas y yo, vienen a ser: 2.300 km, 80 vías encadenadas de séptimos (a,b y c con 63 vías) y octavos (a con 17 vías), 50 partidas de ajedrez y, final cursi pero no menos real, risas infinitas.