Mola mazo

La lluviosa semana pasada fue perfecta para volver al trabajo tras tres semanas escalando por ahí. Hoy, en cambio, es un lunes asquerosamente radiante tras un fin de semana lluvioso. Qué se le va a hacer, no todo el monte es orégano (no entiendo qué gracia puede tener un monte lleno de orégano, si acaso sería “no todo el monte es robellón” o, mejor aun, “no todo el monte es queso”).
De todas formas la valoración general es positiva. No me quejo pues me he pasado medio octubre de picos pardos por el país galo con un tiempo magnífico. No me voy a extender ni voy a contar más detalles porque no quiero aburriros. Hoy por hoy solo tengo en mente los hechos acaecidos el viernes noche que es lo siguiente que voy a contaros.

En Céüse, por ejemplo, todo el monte sí es robellón.


Lo que os digo, este viernes pasado tuvimos jaleo en casa. No se en que momento de lucidez mental –o más bien, de falta de ella- se me ocurrió que podíamos invitar a los amigos de toda la vida a nuestro nuevo hogar. Así que el viernes noche se llenó la casa de autóctonos de Ordal y Gelida más algún que otro comedido alóctono. Creo que nunca os he hablado de la “penya a mort” y hoy ha llegado el momento de hacerlo (tomo aire). La “penya a mort” es un grupo muy cohesionado de alocados –por decir algo- gelidencs al cual me siento unida, quiera o no (que sí quiero), ya que en él está enfrascada toda mi adolescencia. En cualquier caso los “penya a mort” fueron algunos de los penedesencs que vinieron a casa el viernes y que, a parte de beber cerveza, se dedicaron a ayudarnos en la construcción del búlder. Resulta que en la parte baja de casa hay, o había mejor dicho, una bodega. En esa estancia permanecían inútiles y olvidadas 12 grandes botas las cuales no pasaban por la puerta y que, poco a poco pero con su mala leche característica, Esteve fue rompiendo; limpiando de esta manera la bodega. A parte de las 12 cubas, en la bodega también había una pequeña habitación construida con mucha asechanza: paredes gruesas debido a la repetición insidiosa de capas de cemento y ladrillo. Como la bodega era idónea para construir un búlder, la pequeña habitación tenía que ser destruida ipso facto. El problema era su gran resistencia a los mazazos. Así, aprovechando la presencia de nuestros magníficos amigos, les azuzamos para que se desfogasen dando golpes a la pared. Bastó con un “¿A que no podéis hacer un agujero?”. Y ahí les tenía yo, a las 2 de la madrugada, dándole con el mazo, haciendo relevos, aguantándose las cervezas los unos a los otros y llagándose las manos para nuestra más buena causa: el búlder. Al final tuvo que romperse el mazo para que parasen pero alcanzaron con creces su objetivo: hacer un buen boquete inundando así de dicha nuestros corazones .