sábado, 29 de enero de 2011

Montserrat con nata

Menuda tormenta la que cayó ayer por aquí, por no hablar del frío de la semana anterior (el cambio climático está insoportable). Cuando me fui a dormir ya daba por perdido el día de hoy pero esta mañana ha amanecido radiante y nos hemos ido a Montserrat. Al irnos acercando al emblemático macizo nos hemos dado cuenta de que había nevado. Y eso me mola: Montserrat coronado de nieve recuerda a un flan con nata y de ahí que me guste tanto (Montserrat nevado…y el flan con nata pues también).
Así que hemos empezado a andar con muy buen ánimo y mejor apetito los cuales han ido in crescendo después de encadenar Ben Petat, un 8a que otrora fue 7c+ contundente. Tras un raro episodio de taladro inquieto, que no quiero contar por no saber a ciencia cierta, subieron la reunión unos metros y ya nadie duda de su dificultad (o al menos yo no). El caso es que allí hemos coincidido con Julia y con el fanático de Oriol (Tranki) que ha secado a conciencia los cantos mojados y me ha hecho un flash clave para encontrar los pies de la sección dura. ¡Una cerveza para el caballero!

Recordando movimientos al sol en l'Agulla del Senglar. Corazón en la reunión de la Ben Petat (jodó, qué romántica soy) y la nieve al fondo.

miércoles, 12 de enero de 2011

Conglomerado espiritual

La tarde del último día de mis vacaciones navideñas marchaba sola de l'Agulla del Senglar. Después de tantas jornadas escalando con gente y sitios distintos me apetecía hacer balance mientras caminaba hacia el coche entre el romero y el tomillo. Tenía un punto emotivo ese momento; mis ojos se humedecieron estimulados por la belleza de Montserrat al atardecer y por el peso de la mochila sobre mis contracturas. Me esperaban 45 minutos de reflexión, de mudos agradecimientos a la cantidad de amigos que he (re)descubierto, de contemplación paisajístico-geológica y, si me apuráis, de exaltación de la vida.

Montserrat, hermosura sin parangón. Yo misma inmortalizada por Luichi en El Vianant (7c+), Vermell del Xincarró.

El plan de andar por tal paraje y de pensar en tales temas –¡a la vez! soy mujer- se me antojaba como algo sumamente enriquecedor y me regodeaba con la perspectiva de un retorno a casa tan profundo y guay. A los pocos minutos de andar ya había honrado interiormente a todas mis amistades, ya había admirado los pináculos montserratinos y rememorado su génesis, ya había olido el aroma de las plantas mediterráneas al frotarlas en mis manos, ya había saludado dos cabras, ya me había quitado la chaqueta y ya me estaba despistando del programa inicial. El resto del camino lo pasé recordando obsesivamente todos los pasos de la última vía que acababa de probar y rumiaba lo que merendaría al llegar a casa. Cinco largos minutos de misticismo existencial para dar paso a cuarenta cortos minutos de intrascendencia. Así es la vida.

lunes, 3 de enero de 2011

Un fin de año jodidamente bueno

No teníamos tele ni sintonizábamos emisora de radio alguna y, por ende, tampoco hubo elección. Esteve se encargó de darnos las campanadas al mismo tiempo que tomaba las uvas (los otros tres presentes somos demasiado finos como para hablar con la boca llena). Decía el bendito, en plan maestro de ceremonias, dong, dong, dong...y así hasta veinte o más dongs. Al chico le gustan las uvas, ¿para qué conformarse con una docena pudiendo comer el doble? La arraigada tradición de las doce campanadas al carajo. El resto, unos por la risa y otros por el excedente de grano en boca, casi morimos atragantados –momento peligroso anual donde los haya, me apuesto uno de los grandes a que ahí hay un jodido pico de mortalidad-

Lo de jodido no lo digo por decir, veréis. Esta jerga de personaje matón del Tarantino es la que usé sin darme cuenta al, casi, caer en cada uno de los tres movimientos difíciles finales de un octavo de Montserrat (Somni diabòlic, 8a). Aun no sé cómo me aferré a la roca que surca esa vía en los últimos estertores del año –peazo rapsoda soy- mientras me decía cosas muy feas a mí misma para sacar la rabia, todo ello tan inconscientemente que al llegar al canto salvador estaba perpleja –rapsoda y poseída, lo que me faltaba-. Un buen final de año, sin duda.


Noche de Fin de Año, fiesta, descontrol, bacanal y desfase total. Y lo segundo no son cagaditas de cabra sino catànies, los dulces perfectos típicos de Vilafranca del Penedès.

Pero un mejor inicio. En los albores de este nuevo año, puedo presumir de haberlo inaugurado escalando, como manda la Ley (la mía, claro). El día uno en Terradets con Lluiset, que encadena su primer 7c+ (é una mujé digna de admirá), e Ignasi, que apretó de lo lindo. La menda encadenó Primera línea, un octavo venido a menos en cuanto a grado, 7c+, y adherencia pero no en cuanto a elegancia, o sea, igual que un Ferrero Rocher. Y el día dos lo pasé escalando y cotorreando, perdón, argumentando acerca de temas trascendentales con Anna en Santa Linya. Eso sí es empezar bien el año y no los cotillones de dos días de resaca, y no miro a nadie…